domingo, 28 de octubre de 2007

*Berlín unplugged* (III): El frío siempre vence


Un cuento que escribí hace mucho tiempo...

“Más raro fue aquél verano en el que no paró de nevar” J. Sabina

Mi madre siempre decía que a raíz de la nevada que hubo el mes que nací, se me quedaron los copos de nieve incrustados en los huesos. Decía que por eso tenía la piel casi transparente y los ojos del azul del cielo antes de una tormenta. Era de constitución pequeña y siempre tenía las manos frías.
_ ¡Qué exagerada eres, mama! Tampoco es para tanto_ respondía yo cuando se paraba a hablar con alguna señora por la calle y recurría al tema de conversación del que nunca se cansaba de hablar:


_ Mírela. Blanca le puse en cuanto la vi. Yo había pensado llamarla Carmen como su abuela, pero mírela, ¿ha visto alguna criatura más blanca? Le digo yo que esto es por la nieve que cayó cuando nació. El frío lo lleva en los huesos.

Cada Navidad disfrutaba contando la historia. Se sentaba en un sitio privilegiado de la mesa y contaba el cuento de cómo la nieve se me quedo asentada en el corazón. Mentiría si dijese que no extraño esos momentos en familia cuando mi madre era verdaderamente feliz. Se sentía importante y a mi, en cierta manera, no me importaba que lo contase una Navidad tras otra ya que era la única tradición que cumplíamos todos. Era una dulce tradición familiar. Recuerdo a mi abuelo sosteniéndome en los brazos cuando tenía seis años, arropándome con sus brazos grandes y besándome dulcemente el pelo. Sus jerséis de lana con olor a tabaco de pipa y esa colonia algo dulzona me tranquilizaba. De hecho, hasta hace muy poco, me sentaba con él y lo abrazaba, mientras me contaba algún cuento. Yo le decía que ya soy mayor, que con veinte años que tengo no creo en los cuentos de hadas donde todo es perfecto. Mi abuelo sonreía y seguía con sus historias de dragones enamorados, príncipes sin caballo que conquistan a la princesa y páginas de libros que al ser leídos cobraban vida. Siempre me decía que era especial, que era su nieta preferida, aunque nos lo decía a todos porque era cierto. Era la única persona que sabía derretir la nieve que me envolvía y el hielo de mis pupilas. Mi abuelito. Como le echo de menos.

Acabé por pensar que era cierto, que yo era así por la nevada. La verdad es que el único aspecto que encontraba que podía corresponderse con ésta era que tenía congelada el alma y muchas veces pecaba de frialdad. Pasaba sin pisar por las calles de gran bullicio y no quería el contacto con otras personas.
_Eres muy arisca, Blanca. No tienes amigos porque no quieres. Eres una chica estupenda, estoy segura de que si enseñas un poco todo lo que llevas dentro, en poco tiempo no te veremos el pelo por casa de lo solicitada que serás. Cariño, esto no es vida, encerrada en tu habitación escuchando esa música siempre tan triste. ¿Blanca?

Continuará...

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